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Glorias y miserias de la traducción literaria

Uno de los tipos de traducción más conocido y reconocido es la traducción literaria, especialmente de la alta literatura. Y en el imaginario colectivo, uno de los más glamurosos también: no es lo mismo ser el traductor de Cervantes que un traductor de patentes.

El motivo es bastante obvio: el traductor literario tiene que ser la voz del autor en otro idioma. Tiene que escribir tan bien como él, reproducir su estilo, poner toda su habilidad artística al servicio de la nueva obra (aunque la dificultad no radica solamente en la forma, también hay que reproducir el contenido, el contexto y la cultura, eso por descontado). La responsabilidad es grande. No es casualidad que muchos traductores hayan sido escritores –o mejor dicho, que muchos escritores se hayan dedicado también a la traducción–, ya que eso podría considerarse una garantía de calidad. Para poner algunos ejemplos próximos, tenemos al propio Machado de Assis, o a Érico Veríssimo, Rachel de Queiroz, Monteiro Lobato, entre muchos otros.

El reconocimiento de la traducción literaria acaba elevando al traductor al nivel de autor. Muchos de nosotros no hemos leído ni leeremos jamás a Tolstoi, Goethe, Kundera, Mishima, sino a sus traductores (el papel de divulgador de la literatura es otra característica del traductor literario). Muchos países tienen premios nacionales de traducción (el Prêmio Jabuti, en Brasil, incluye la categoría de mejor traducción) que enaltecen el valor de la tarea.  Y cada vez más, los lectores se fijan en quién es el traductor de la obra. De hecho, por la ley de derechos autorales brasileña, es obligatorio que en la portada de los libros traducidos aparezca el nombre del traductor.

Y es aquí donde las glorias terminan. Si el traductor es considerado un autor, ¿por qué raramente su nombre aparece en la portada de los libros publicados en Brasil, aunque la ley lo exija? ¿Por qué el valor por página es de los más bajos, comparado con otro tipo de traducciones? ¿Por qué, al entregar una traducción a la editorial, el traductor tiene que renunciar a sus derechos autorales para poder cobrar por el trabajo? ¿Por qué no puede recibir un porcentaje de las ventas, como sucede en otros países más adelantados en este aspecto? Quizá porque, para ser realmente autor, tiene que morir en la miseria…

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Meritxell Almarza

Meritxell Almarza Bosch Es licenciada en Traducción e Interpretación y posgraduada en Enseñanza de ELE y en Edición. Trabaja como traductora, revisora y profesora en los posgrados de Traducción del Español y de Enseñanza de Español de la Universidade Estácio de Sá https://www.cultestacio.com.br. Su correo electrónico: txell_almarza@hotmail.com.

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